De dioses y lobos.

“La creencia en algún tipo de maldad sobrenatural no es necesaria. Los hombres por sí solos ya son capaces de cualquier maldad”.

Impresionante reflexión atribuida a Józef Teodor Konrad Korzeniowski (Joseph Conrad) ilustre novelista polaco y que adoptó la nacionalidad británica.

La indudable levedad del ser, humano por supuesto, conduce sin exclusiones a necesitar un argumento excelso y sobrenatural que guíe nuestra conducta.

De algún modo una patente de corso, que ampare moralmente nuestra capacidad para trastocar el orden natural; para moldear en el torno de nuestro inmenso poder todo lo que nos rodea.

Digamos que desde la noche de los tiempos el hombre,  en su infinita levedad, admiró todo lo que no llegaba a comprender; fruto de dicha admiración se generaron cultos paganos, religiones y doctrinas.

Patentes de corso, en algunos casos, para justificar moralmente una falsa supremacía; descabelladas logias y sociedades secretas para preservar intereses y clases emergentes.

Todo ello es historia, parte de nuestra corta existencia, que sigue perviviendo en nuestros días; quién sabe si en siglos venideros asistiremos a un rumbo diferente.

El universo, ese gran desconocido, marca pautas que convierten a nuestro planeta en parte de un engranaje misterioso, preciso y cíclico; dónde ayer y hoy los dioses – llámese a la naturaleza cómo a cada cual le venga en gana –  siguen campando por sus respetos y recordando, de manera sarcástica, lo pequeños e insignificantes que somos.

Un amanecer sigue siendo una obra de los dioses, una sinfonía perfecta y armonizada por la vida y la muerte; la fuerza de la naturaleza sigue demostrando que ningún ser humano puede planificar, controlar o prever su alcance.

Fuerzas de vida, fuerzas de muerte, ciclos que durante millones de años presiden nuestra levedad; dioses que allá en su particular Olimpo observan silenciosos nuestras proposiciones, para finalizar disponiendo aquello que en cada ciclo corresponde.

Pero el ser humano adolece de un catálogo de defectos incomparable, sin parangón en la naturaleza, hace gala de su levedad a diario…pero del mismo modo suple su pequeñez con altivos  deseos.

Y jugar a ser dioses es la recurrente práctica de la humanidad, por un lado los creamos a nuestra conveniencia y por otro suplantamos su poder y capacidad.

Jugamos con la vida y la muerte,  nos adentramos en el propio misterio de la vida suplantando fuerzas desconocidas; y aunque peligroso,  y de alcance desconocido, seguimos de manera obtusa sentados en el Olimpo de la estupidez.

Mientras tanto los dioses siguen su curso, la primavera explota en una sinfonía de olor, color y vida; cada estación aporta lo necesario para una precisa continuidad…..pero las señales son evidentes.

Nuestra estupidez Olímpica ha trastocado el orden natural, ha modificado el entorno, ha extinguido especies y sigue siendo el mayor peligro para generaciones venideras.

Y seguimos encantados de habernos conocido, exultantes por nuestro poder y capacidad, arrogantes hasta el insulto.

Los senderos y trochas ya apenas son hollados por un paso ágil, rítmico y liviano; ya casi no podemos admirar el brillo de unos ojos penetrantes en plena oscuridad; jugando a dioses casi hemos exterminado a una de las especies más admirables del planeta.

Su majestad el lobo, por derecho propio de sangre, ha sido coronado por la naturaleza; elevado a un rango Olímpico y transmisor de una lección universal.

Siglos de admiración, incluso de culto, siglos de incomprensión y persecución han asistido al nacimiento de una enciclopedia para quien desee ojearla….

Sigilo, mimetización, adaptación al entorno, resistencia, sentidos desarrollados a su máxima expresión, gregarismo y orden jerárquico, distribución de tareas…y lo más importante……..un atávico rechazo al ser humano, una permanente huida hacia adelante.

Su consciencia de nuestro peligro es admirable, aquilatada durante siglos, pero esa misma capacidad ensalza la leyenda; magnifica el aura de lo desconocido y provoca deseo.

El deseo de poseer, de tener una parte de la leyenda a nuestros píes; somos así de duales, exterminamos y deseamos,  es parte de nuestro bagaje y siempre nos acompaña.

El lobo pervive a pesar del hombre, quizás los dioses se hayan esforzado con este ejemplo; el lobo ha sido un “peligro” permanente para el hombre, criminalizado hasta querer convertirlo en cazador de seres humanos, en oscuro animal y especie dañina.

Y sin embargo observar su existencia es una obsesión, alcanzar sus secretos una meta.

Hoy cuando contemplo alguna imagen, de posados en los que cazadores – de billetera y fin de semana –  sonríen ante el cadáver de un lobo, observo la mirada del lobo……háganlo….observen esos ojos sin vida, ese cuerpo destrozado y sangrante…..y comparen las sonrisas de esos dioses del Olimpo de la estulticia con la mirada sin vida del lobo.

Y si no se revuelve su conciencia, si no provoca estupor e indignación…no se preocupen…es la triste historia del lobo, su perenne condición.

Si por el contrario, algo en su interior se activa y provoca rechazo sean bienvenidos al reino de los ignorantes; al de quienes ejercemos de admiradores de la naturaleza, aprendices y eternos súbditos del amanecer.

A quienes no nos cuestionamos por qué amanece, mayoría silenciosa y por ello no menos culpable.

Que los dioses de la naturaleza sigan prestando sus favores al lobo, nosotros sólo prestaremos una mirada de repulsa, en ocasiones una vida entregada…..pero un grano de arena frente al gran juego de la persecución, el acoso y exterminio de aquello que no entendemos; una repulsiva envidia a la belleza de una libertad, integrada con mimo, en su entorno natural.

El ciclo de la vida y la muerte sigue su curso, mientras…… aquellos que admiramos ese espíritu libre, esa belleza primigenia, optamos por acercar un poco ese misterio a nuestras vidas.

Y convivir con un perro lobo checoslovaco nos satisface, colma ese oculto deseo; pero somos conscientes de que no hace falta creer en la maldad sobrenatural, a diario nos acompaña como una vergonzosa herencia de la que jamás lograremos deshacernos.

El ser humano es capaz de lo mejor……y por derecho propio sublime en lo peor.

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