El salto del ángel caído.

“¿Es usted un demonio? Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios.”  Gilbert Keith Chesterton escritor y periodista británico fallecido en el año 1936.

Un demonio no deja de ser un ángel caído, de hecho el nombre de Lucifer significa reluciente, brillante, portador de luz. Pero al margen de la propia génesis, del mito y de la tradición, subyace una aplastante realidad.

La dualidad que acompaña a todo ser humano es un estigma, una constante y nuestro marchamo de fabricación. Estamos capacitados para las mayores bondades altruistas y para los actos más repugnantes que podamos imaginar. Indiscutible a lo largo de nuestra historia.

Sin embargo nuestra capacidad de asombro es ilimitada, hay actos humanos que siguen dejándonos un extraño sabor de boca; actos capaces de revolver el estómago de tirios y troyanos.

Recientemente se ha difundido en los medios un vídeo grabado, y protagonizado, por dos sujetos de 19 y 22 años; estos dos “dignos” representantes de nuestra especie inmortalizan, y posteriormente difunden, un acto de sadismo agravado sin parangón.

La “hazaña” reside en lanzarse con su cuerpo, en un pasillo estrecho, contra unos lechones que despavoridos huyen del lugar. El resultado 19 animales muertos al instante y 53 sacrificados debido a la gravedad de sus heridas.

Y verán ustedes, sin profundizar en posiciones vegetarianas o veganas, sin ahondar en el fondo de nuestro sistema alimentario, en las imágenes subyace tal acto de sadismo cruel que asusta.

No ya por lo indefendible del hecho, no ya por la agonía y sufrimiento de los animales; asusta por la capacidad que algunos seres humanos tienen para infligir dolor, daño y sufrimiento. Sin otro sentido que el mundo interior enfermo de quienes protagonizan dichos actos de barbarie compulsiva.

Hay claves humanas complejas, piedras angulares que al menos arrojan luz sobre determinados actos; he tenido la ocasión recientemente de ver una película estonia del año 2013. Una verdadera obra de arte, al menos para mí, en lo relativo a las relaciones y comportamientos humanos en situaciones extremas.

La película lleva por título “las mandarinas” y el desarrollo de la misma se centra en el año 1990 en el devenir de la guerra en una provincia Georgiana que busca la independencia, el hilo conductor nos presenta a dos estonios que viven apegados a la tierra y a una plantación de mandarinos; gente dura, sencilla y en armonía con su entorno.

En escena aparecen dos mercenarios chechenos que luchan a sueldo con los rebeldes de la provincia, posteriormente el protagonista estonio acoge en su casa, tras un enfrentamiento en el que mueren soldados y mercenarios, a un checheno herido y a un georgiano.

El hilo argumental desgrana, de manera brillante, un hecho irremediablemente común en el ser humano; resulta sencillo matar, resulta muy fácil odiar y mantener la llama del deseo de infligir daño, dolor y sufrimiento….resulta muy sencillo cuando la víctima es anónima.

Pero cuando dos enemigos acérrimos se miran a diario a los ojos, cuando quién desea matar  se enfrenta a su víctima y logra entablar conversación con ella; poco a poco algo da un giro radical en el impulso y el deseo de ejercer de exterminador.

Entonces aflora la duda razonable, afloran sentimientos encontrados, se desvela en definitiva la clave del ángel caído; cuando el objeto de nuestro odio, de nuestra ira, es indefinido, impersonal, carente de sentimientos y capacidad de ser…somos capaces del sadismo más cruel.

Así quisiera imaginar que los dos protagonistas del vídeo, masacrando lechones a golpe de barrigazo, puede que nunca hayan visto a esos animales cómo otra cosa que simple carne de matadero en movimiento; quizás desconozcan que cualquier ser vivo mantiene un denominador común….siente dolor, sufre y se aferra a la vida al igual que nosotros.

La naturaleza no es perfecta, ni mucho menos, sin embargo es acorde a leyes razonables; convivir con animales, hoy por hoy, es una cura necesaria.

Convivir con animales debiera ser una asignatura pendiente en los tiempos que corren, sobre todo para los niños; estamos criando generaciones de tiernos infantes apegados a un smartphone, a una consola, a una llave de casa colgada del cuello….estamos criando seres apegados al deseo sin esfuerzo.

Fomentamos la soledad del anonimato de las redes sociales, despersonalizamos la esencia de la vida y sembramos la semilla que germinará, cada día y sin duda,  en hechos puntuales de sadismo incontrolado……sea con animales o con personas.

Convivir con animales aporta responsabilidad, ofrece solidaridad, nos enseña lealtad, nos capacita para ser más justos y ante todo nos permite valorar sentimientos; en definitiva lecciones de vida que estamos perdiendo.

Nada es perfecto en esta vida, nadie está en posesión de la verdad absoluta ni podemos pretender jugar a iluminados; pero nunca olvidemos que en nuestras manos siempre estará la capacidad de escoger.

Dentro de cada uno de nosotros se encuentran todos los demonios, siempre nos acompañarán; pero del mismo modo podemos mirar a los ojos a un animal y sentir, podemos ser mejores sin necesidad de aplastar a ningún ser vivo.

Recientemente hemos tenido que operar a Ciro, nuestro macho de perro lobo checoslovaco, fuerte, alocado, seguro de sí mismo y con una personalidad arrollante…… y sin embargo estos días, del post operatorio, he podido sentir su confusión, su dolor, sus gemidos y su plena confianza en nosotros….

He sentido la grandeza de dar sin recibir, la fuerza natural de un animal cercano a la naturaleza salvaje y entregado a nosotros. Un ángel de cuatro patas con necesidad de calor y amparo.