Cicerón.

“La tontería es infinitamente más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene sus límites, la tontería no.”. Claude Chabrol, director de cine francés representante de la llamada “nouvelle vague” fallecido en 2010.

Si en la vorágine de cada día llegamos a la capacidad del asombro…..algo importante sucede, porque resulta harto difícil asombrarse; la tecnología nos invade, los medios nos acercan a mil y una desgracias humanas.

El ser humano sigue hollando la tierra sin más reflexión que vivir ….o sobrevivir según sea el caso,  es ley de vida mirar sin ver y llegar a ver sin mover una pestaña.

No somos mucho más que aquello que aparentamos, somos en definitiva lo que nos hemos labrado a fuerza de machacona cabezonería.

Pero esta sociedad resulta ya un escaparate de la más absurda tontería, nos fascinan las gilipolleces y nos envuelven cual manto cálido en nuestro particular invierno emocional.

Y uno no está vacunado contra esta enfermedad, ni lo está ni pretendo ser isla en medio del océano; tan sólo me pasmo de mi propia tontería.

En ocasiones nuestra profunda “inteligencia” desprecia lo esencial, ridiculiza lo natural y convierte en chanza todo lo que no se ajusta a nuestra ilustre sabiduría.

Cicerón, llamaremos así a nuestro protagonista, nació en un pequeño pueblecito de la provincia de Zamora; se crió en la dureza de la subsistencia rural, sin más posesiones que un pequeño prado y unas ovejas.

Sin otra formación académica que levantarse a las 4 de la mañana cada día, desde muy zagal, y tirar al monte con su ganado; nunca supo leer ni escribir…. ni puñetera falta le hizo, al menos en sus primeros años de vida.

Cicerón siempre tuvo una admirable capacidad, supo observar; fue capaz de mirar, ver, oír y escuchar.

Y su vida fue un continuo aprendizaje, una perfecta comunión con su entorno, con su modo de vida y con el cielo que le dio cobijo muchas noches estrelladas.

Poco amigo de sus propios vecinos, siempre fue considerado un huraño solitario; un personaje clavado en la rutina y parte inmutable del paisaje.

Hubo quién incluso lo tildó de loco, él nunca se preocupó por las chanzas por las miradas esquivas o las puñaladas traperas que recibió.

Cicerón hablaba con sus mastines, escuchaba a sus ovejas y mantenía silencio ante la naturaleza.

Cuando llegó al pueblo, aquel señorito de ciudad, con su aire mundano y su sonrisa en la boca, no le prestó la más mínima atención; pero aquel sujeto, con su mochila y sus prismáticos, cada mañana tiraba al monte igual que él.

Daba toda la impresión que seguía sus pasos, y era algo que llamaba su atención sobremanera; se recortaba su silueta en una loma oteando el horizonte uno y otro día, a tal extremo resultó una lejana compañía que hasta sus mastines dejaron de ladrar ante su presencia.

Nunca se le aproximó, respetaba su espacio aún compartiendo monte; pasaron los días y Cicerón empezó a observar con mucha atención al extraño, veía cómo buscaba en el suelo…cómo oteaba el monte con sus prismáticos, cómo anotaba en un cuaderno y como fotografiaba con una cámara que siempre llevaba al cuello.

Incluso en las tormentas más pertinaces, mientras Cicerón se cubría con su capa parda, aquel sujeto aparecía en el horizonte; extraño personaje de ciudad pensó…… y respetuoso con la independencia de cada cual seguía con sus tareas, sin perder de vista aquel nuevo elemento del paisaje.

Una mañana, mientras vadeaba un barranco con su rebaño, escuchó un grito entrecortado; el silencio posterior  no le tranquilizó, dejo pastando a las ovejas y junto a sus mastines tiro de frente hacia el lugar del que provenía aquel grito sordo.

En una pequeña hondonada pudo ver al sujeto, tumbado se retorcía de dolor con el tobillo atrapado en un cepo; Cicerón sin dudarlo se dirigió hacia él, y sin palabras abrió la trampa liberando el dolorido tobillo, gracias a las robustas botas no llegó a causarle más daño que una inflamación y un par de vistosas marcas.

Sacó de su zurrón el tabaco de liar y el papel, y con la parsimonia propia de un rito repetido una y mil veces lió un pitillo que ofreció al extraño.

El extraño lo rechazó, dándole las gracias y diciendo que no fumaba; mal asunto pensó Cicerón….y en aquel momento aquel hombre se presentó, se llamaba Alberto y era biólogo…cosa que nunca supo qué diablos era….estaba en la zona preparando un estudio sobre la fauna, concretamente sobre los lobos ya que era un especialista en dichos animales.

Cicerón escuchaba atentamente, con la mirada baja y entre volutas de humo aguantó un monólogo extenso, pero no profirió ni una sola palabra.

Tras terminar su pitillo se levantó con parsimonia, se disponía a marchar cuando Alberto le preguntó si no pensaba decirle nada….Cicerón lo miró a los ojos, con una mirada limpia y profunda, …..”poco o nada tengo quecirle”……” los lobos, de los que quie saber e ice saber tanto, ha tiempo se marcharon daquí….razones tuvieron y una dellas en su píe”.

Alberto se levantó con una sonrisa en la boca y le espetó…” no diga tonterías, llevó viendo rastro de lobos toda mi vida, y aquí los hay por todas partes” Cicerón tiró la colilla al suelo, la pisó con energía y levantando la vista contestó ” usted ha mirau, cierto, pero no ha visto otra cosa quel rastro del macho que cada día sacercaba paquí; aunque viejuno aún guardó a su hembra del peligro mientras ella paria”.

Alberto le miró con pasmo y con una mirada inquisitorial le preguntó, “¿ pero qué dice, acaso los ha visto; sabe dónde se encuentran?”…… y Cicerón con gesto cansado contestó  “usté sabrá”.

Y se marchó del lugar, arrastrando su cuerpo cansado y fuerte; arrastrando una vida dura y plena y ante todo una sabiduría tan profunda que nunca dio lugar a tonterías.

Cuando volvió junto a su rebaño se quedó mirando fijamente a Luna, su mastina favorita, y con media sonrisa en su boca le susurró……”ay bonica, en todavía seré tonto”.

Y así esta vida se llena de albertos, de sabios y sesudos eruditos; se llena de mentes tan preclaras que sólo su boca iguala su estupidez….mientras tanto, cada día, quedan menos cicerones; perdidos entre los lindes de los bosques y aferrados a su aprendizaje, a su capacidad de mirar, ver y sobre todo sentir…..sin aspavientos y sin otra intención que vivir cómo sólo ellos saben.

Hoy en los ojos de Leah he visto la mirada de Cicerón….seguramente sea una tontería.

P.S.

Los personajes fueron reales, los parajes y la historia también; sin embargo cualquier parecido con la realidad no dejará de ser una pura coincidencia, fruto de la escasa imaginación de quién escribe estas líneas.