Everest y el perro lobo checoslovaco.

“Nuestra vida vale lo que nos a costado en esfuerzo.”  Francois Mauriac, escritor y periodista francés premio Nobel de literatura en 1952; fallecido en 1970.

Qué duda cabe, todo lo que vale cuesta y todo lo que cuesta tiene un gran valor. El “sillón” placentero de nuestras vidas aporta muy poco sentido a las mismas.

Ancestralmente el ser humano valoraba cada pequeño logro, cada pequeño hito que afianzaba su pervivencia, su calidad de vida o sus pequeños logros. Hoy valoramos lo justo, y si me apuran nos las trae al pairo el propio esfuerzo.

Cosas de esta sociedad, evolucionada hasta extremos de absoluta despersonalización del ser humano. Nuestra escala de valores es más una pirámide de papel couché en la que tanto en su base como en el vértice anidan gilipolleces varias.

El esfuerzo no está de moda en ningún ámbito, es una asignatura pendiente; el esfuerzo cansa, asusta y no tiene mucho sentido.

Nos educan en la futilidad más absoluta, en el me apetece y en lo superficial. Si acaso, se producen verdaderas “hazañas” en aspectos deplorables.

No escatimamos esfuerzos en adelgazar de forma salvaje en plazos récord, ni nos tentamos el bolsillo a la hora de aparentar o de integrarnos en las nuevas tecnologías. Seguimos, en definitiva, el dictado social  más curioso de la historia de la humanidad.

Al tierno infante no debe faltarle nada en el seno familiar, observen a renacuajos de 9 y 10 años con sus dispositivos móviles de última generación, aprecien la necesidad creada y atisben el futuro inmediato.

Todo es virtual, todo se oculta tras una pantalla y la realidad esconde absolutas carencias, afectivas y educativas. El esfuerzo se centra en tener, en integrarse en una sociedad que arrastra sigilosamente a sus miembros al abismo de la estulticia.

Perderemos la capacidad de dirigir nuestras vidas, de enfocar la vista y luchar con denuedo por nuestras metas; perderemos la esencia del ser humano….la capacidad de adaptación y superación que nos ha permitido alcanzar logros individuales y colectivos. Dejaremos de ser y acabaremos pareciendo, preocupante presente y la crónica de una muerte anunciada.

Quizás el nuevo ser humano forje su esencia en lo aparente, lo estúpido, la sonrisa fácil, la ignorancia más atrevida y en una mirada vacía de contenido. Puede ser, o al menos estamos encaminados.

A muerto lo sencillo, está desapareciendo la capacidad de un niño para jugar con cuatro palos en un trozo de tierra, para asombrarse por un hormiguero, para despertar su curiosidad en un arroyo viendo renacuajos…su mente se llena de gilipolleces y arrincona su natural curiosidad, su innata agudeza.

El esfuerzo es agotador a los cinco minutos, pero hay esfuerzos que siguen siendo la clave de la vida. Esfuerzos  que a uno, poco dado al asombro, le dejan petrificado, con la boca abierta y con cara de incredulidad.

Hace escasos días conocí el caso de un padre, trabajador cual común españolito de a píe, con una hija que padece una de esas enfermedades consideradas como “extrañas”.

Este hombre común, este gran ser humano, no se conformó con las soluciones de la medicina oficial; este caballero andante decidió que debía estudiar medicina.

Impulsar un estudio volcado en la enfermedad de su niña, y de todos los niños de este mundo que la padecen, fue su meta. Y logró culminar su esfuerzo, con un trabajo de fin de carrera que resultó ser tan ejemplar que hoy, a falta de lograr las subvenciones pertinentes, es un hecho.

Todo un ejemplo, un trabajador textil que en plena madurez se zambulle en los estudios de medicina, cursa la carrera y logra graduarse con un proyecto ejemplar.

¿Qué hay tras este suceso inusual?…..amor desmedido, esfuerzo agotador y sobre todo la capacidad de ser, la capacidad de creernos validos ante cualquier reto.

El caso de Miguel Ángel es un ejemplo tan maravillosamente ejemplar que merece estas líneas.

Hay otros esfuerzos menos asombrosos, menos valiosos en su forma pero importantes en su fondo. El perro lobo checoslovaco es un animal diferente, un animal con marcados ciclos.

Compartir la vida con un plc nos enseña a subir cuestas, a trepar acantilados, a bajar a tumba abierta, a rompernos los huesos de nuestro modelo de vida.

Nos enseña, si queremos aprender, a sudar agotadoramente. A llorar de rabia e impotencia, a reír a carcajadas y a fijar una media sonrisa cómplice en nuestro rostro.

El plc, en su convivencia, y en sus primeros meses de vida, es una etapa de montaña; subimos sin aliento y apenas vislumbramos la cima. Y en este periodo se producen muchos abandonos, demasiados y sobre todo casi anunciados.

Llegada su “adolescencia” aparecen las paredes escarpadas, los barrancos profundos y los senderos de vértigo. Es cuando generalmente quien ha logrado llegar a este punto observa, se siente confundido y alucina un día sí y otro también.

Pero la firme voluntad refuerza el camino tomado, y empezamos a recibir mucho más que a sufrir los daños colaterales de convivir con estos “salvajes” maravillosos.

El esfuerzo es continuo, día a día, no cabe ni el reposo ni el tiempo para reflexionar; la etapa “adolescente” incluye el descubrimiento del celo en las hembras, de la chulería poligonera en los machos y del afán desmedido en la raza por ser a pesar de todo.

Y paulatinamente, con la magia de la construcción invisible pero costosa, llega la madurez; llega el último tramo para la cima de nuestro particular Everest.

El vínculo creado genera complicidad desmedida, acoplamiento y dependencia a partes iguales. La cima está cada día más próxima.

En esta etapa, el último gran esfuerzo, aceptamos, descubrimos y reconocemos la esencia de la raza; adaptamos sus necesidades y transformamos, casi sin darnos cuentas, nuestras vidas.

Y llegados a la cima, al igual que quienes logran culminar una proeza, nos invade una calma, una extraña sensación de paz y tranquilidad, que nos permite observar con otros ojos todo aquello que nos rodea.

Todo ello no deja de ser un aprendizaje, una lección de vida que nos permitirá – si queremos aprender – apreciar el esfuerzo y valorar la importancia de la vida en su máximo exponente.

La vida nunca debiera ser vegetativa, nunca nos debe arrastrar sin rumbo; vivir sin esfuerzo es esforzarse por morir.

Quienes conviven con un plc puede que entiendan todo lo aquí volcado, para el resto seguiremos siendo una panda de chalados.

En esa locura, declarada, confieso que nuestra vida vale por un gran esfuerzo.

2 pensamientos en “Everest y el perro lobo checoslovaco.

  1. Que palabras quedan por decir que no turben las ya dichas y con acierto.
    Sóy propietario de un plc y ahora mismo estoy en plena ascenso de mi everest y hay in gran esfuerzo vale la pena.
    Solo decir que estoy descuerdo com sus palabras. Sin esfuerzo no hay vida y sin vida no hay ilusión
    Gracias

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