Charlie.

“La civilización no suprimió la barbarie; la perfeccionó e hizo más cruel y bárbara”. François Marie Arouet, popularmente conocido como Voltaire, escritor francés, filósofo, abogado y uno de los mejores representantes del periodo llamado de la ilustración; ciclo histórico en el que se enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad.

Todo ser humano que tenga un mínimo de conciencia, o tan sólo un vestigio de humanidad, debe clamar al cielo… o al infierno según su estado de ánimo; París ha sido el escenario de una abominable, sanguinaria y orquestada bacanal de sangre y fanatismo.

El crimen es absurdo en sí mismo, sucede a diario y en todo rincón del planeta; el abanico de posibilidades es amplio y sorprendente.

Crimen individual, organizado, tramas internacionales, estatales, genocidios planificados y un largo etcétera cubren el lado más miserable de nuestra condición humana.

Sucede a diario, a diario se vierte sangre inocente de toda culpa….. cual sacrificio obligado a los dioses del averno.

Pero en la era de la globalización, sucede que asistimos casi en directo a determinados hechos; y me perdonarán ustedes pero no es lo mismo escuchar una noticia en la que se indica que 12 personas han sido asesinadas….. que ver con detalle cómo se asesina en el suelo a una de ellas.

Y a uno se le revuelve la bilis, ver a un ser humano tendido en el suelo, herido y pidiendo compasión…..es algo demasiado impactante, absolutamente imborrable; pero ver a otro ser que como respuesta lo remata es ya el culmen de la ignominia.

Un botón de muestra de un nuevo hecho concreto, un botón de muestra de tiempos viejos; matar es fácil, muy sencillo y absolutamente al alcance de todo ser humano.

Lo difícil, y fuera del alcance de la mayoría, es justificar el crimen en nombre de Alá, de San Dios o de su puñetera cohorte de sanguinarios secuaces.

Esto ya toma tintes kafkianos, sujetos paridos por su madre, amamantados como todo hijo de vecino, que terminan degollando, cortando cabezas y exhibiendo sus trofeos y “hazañas”.

Me la sopla soberanamente si son musulmanes, adoradores de Zoroastro o seguidores de barrio sésamo….son sencillamente asesinos.

Y podrán justificar sus actos en nombre del profeta que les salga de los mismísimos….pero seguirán siendo simples asesinos, escoria humana. Indignos de sus propias madres y de la naturaleza que les dio la vida.

La naturaleza no está exenta de asesinos, todo en esta vida es reflejo de las circunstancias; pero el ser humano tiene un don especial, una puñetera obsesión….la imitación, el más absoluto gregarismo a todo tipo de movimientos.

Por desgracia nadie tiene la solución a algo tan viejo como la propia humanidad, nadie podrá poner freno a la barbarie individual o colectiva.

Es nuestra condición, nos regulamos con estados y leyes…..pero nunca se podrá regular la vileza, la ignorancia y el fanatismo.

Sencillamente es así….un proceso inherente al ser humano, de la más absoluta ignorancia nace el fanatismo, que acaba con el ser humano y lo convierte en vil.

Nos llenamos la boca, y los bolsillos, apelando a la paz… nos llenamos de santas intenciones; y sin embargo exterminamos sistemáticamente todo lo que nos rodea.

Exterminamos el conocimiento, asesinamos la cultura, borramos la historia y hacemos de la naturaleza un supermercado de ocasión.

Y de aquellos polvos vienen estos lodos, la ignorancia es la madre de todas las vilezas; la ignorancia nos convierte en marionetas, nos priva de nuestra capacidad de elección…..nos limita a un mundo reducido.

Resultará quizás ridículo, no lo dudo, pero todo aquel que ama a la naturaleza y a los animales tiene un don; el de la observación.

Y observar es aprender, con humildad y asombro……es algo bueno en contraposición a la maldad.

Quizás, tan sólo quizás, si nuestros hijos heredasen el amor por la naturaleza, el amor hacia los animales….en lugar de la PS3…..quizás este mundo tendría futuro.

La vileza humana es infinita, pero la grandeza puede llegar a ser igual de inmensa; en todos estos años conviviendo con animales he aprendido mucho.

He aprendido responsabilidades, entrega y sacrificio; he recibido cariño, lealtad y lecciones vitales.

En todos estos años he sabido valorar un amanecer, una puesta de sol y la magia de cualquier paisaje natural; y no por ello he dejado de ser el bruto animal que en ocasiones he sido, pero siempre ese poso ha pesado lo suficiente como para mantener un equilibrio entre la delgada línea, en ocasiones, del bien y el mal.

Repito, sé que puede ser ridículo…pero me niego a ser espectador impasible de unos tiempos, en los que la ignorancia se basa en la desidia de todos, en el silencio cómplice y en la más absoluta apatía.

La mirada limpia de un lobo, y en su defecto la de un plc, no transmite maldad; inquietud quizás, y con toda la razón del mundo.

Esa inquietud los ha mantenido con vida, esa desconfianza ha sido su seguro …..la capacidad de observación su universidad.

Mientras más conozco a los hombres más quiero a mi perro…frase atribuida al filósofo griego Diógenes que vivió en la más pura indigencia acompañado de su can….año 412 antes de nuestra era.

Poco ha cambiado el ser humano, París es hoy, fue ayer y será mañana…Charlie Hebdo por desgracia ha sido, es y será la sana ambición del ser humano por comunicar……. por compartir.

Me quedo con la mirada de mi plc, buscaré en ella la fuerza necesaria para seguir siendo un ser humano.

In memoriam.

Teodoro.

Todo acto de bondad es una demostración de poderío“. Don Miguel de Unamuno y Jugo, escritor, filósofo, rector de la universidad de Salamanca y político bilbaíno máximo exponente de la llamada generación del 98.

La bondad es un valor en declive, un retazo de moral antigua… y ante todo  algo tan extraño, hoy en día, como ver un político razonablemente honrado.

No es fácil definir la bondad, pero si me lo permiten me decanto por una definición que me resulta muy acertada; la inclinación natural hacia el bien.

Y es que en nuestra “rectitud” humana somos propensos a muchas inclinaciones, cachondas la mayoría y nada dadas a patrones de moralidad obsoletos; hacemos lo que nos apetece, vivimos anclados en el más puro egoísmo individual.

El reino del yo prevalece por encima de cualquier otra disquisición o gilipollez bondadosa, es lo que hay y no da para mucho más.

Pero en ocasiones conocemos a alguien, u observamos una conducta, que nos impacta y de algún modo remueve nuestra sólida conciencia del rey yo.

Cual estrella fugaz, en nuestro pequeño firmamento, alguien o algo trastoca nuestro orden natural; nos confunde y nos inquieta…puede arrancarnos una sonrisa y en ocasiones una lágrima.

Mi propia profesión, en la que los actos de bondad son una flor en medio del desierto, me ha provocado quizás una especial capacidad para valorar cualquier inclinación natural hacia el bien.

La historia es sencilla, los personajes reales….aún cambiando sus nombres.

Aquella familia ganadera era y es el ejemplo más rotundo de una vida sacrificada, dura hasta extremos inconcebibles.

Trescientos  sesenta y cinco días de trabajo al año, sin fines de semana ni por supuesto vacaciones de ningún tipo; toda su vida giraba en torno al ritmo natural del ganado.

Una pequeña explotación ganadera de ganado bravo, vacas y toros, nada sencillo de manejar y mucho menos de alimentar.

Esta familia, ejemplar y esforzada, siempre precisó de soluciones alternativas para poder sobrevivir al día a día.

Soluciones para poder hacer frente a los pagos de camiones, tractores y demás útiles necesarios para sacar adelante un modo de vida en el que, cual caballeros cruzados, se empecinaron por tradición y costumbre.

En dicha lucha, de supervivencia e ingenio, decidieron “poner” unas ovejas que les aportasen carne para consumo propio.

Solución que aflojaría un poco el cinturón inexorable del día a día. Desconozco cómo ni cuándo, sólo recuerdo que un buen día, y estando de visita, me dijeron que le llevaban la comida al pastor.

No sé muy bien por qué pero aquello me llamó la atención sobremanera, tal vez al escuchar que se trataba de una persona introvertida y aislada del mundo exterior.

Quizás saber que no pisaba un núcleo urbano ni para cortarse el pelo, ya que se lo cortaba una de las mujeres de la familia ganadera.

Por una u otra razón aquello me atrajo de un modo especial, y siempre que había que llevarle la comida al campo – provisiones para una semana – me ofrecía voluntario.

Recuerdo la primera vez que lo conocí, Teodoro era un hombre curtido y de unos 60 años, aunque nunca supe con exactitud su edad, de caminar firme, serio y reflexivo……pero sobre todo parco en palabras.

No resultaba sencillo acercarse a su ser, y mucho menos con pinta de señorito gilipollas de ciudad – que al fin y a la postre era mi propia imagen – pero por alguna extraña razón, cada vez que tuve la oportunidad de estar con él y aún en el silencio más absoluto, creo que ambos nos encontrábamos en paz.

Teodoro vivía en una pequeña cabaña en el campo, pegada a los corrales, en aquel hogar un camastro, un par de alacenas, un baúl y una lumbre perpetua eran sus pertenencias.

Desde dicho campamento ejercía su profesión, trasladando cada día a las ovejas desde los corrales hasta pastos lejanos; pasaba jornadas enteras fuera de su cabaña y su vida transcurría en paz y con una libertad limitada por sus obligaciones.

Pero la mayor posesión de Teodoro no era material, tan siquiera el dinero que percibía por su trabajo y que nunca empleó en nada conocido, su mayor posesión eran sus perros.

Teodoro vivía rodeado de sus perros, recuerdo que al menos eran ocho, vivía inmerso en el lenguaje del silencio y la calma; tuvo un pasado, como todo hijo de vecino, pero poco me importó ni me importa si sus vivencias anteriores hicieron de él lo que era.

Un día le llevamos la comida y su preciado tabaco, no recuerdo qué había sucedido… pero sí recuerdo que sus provisiones se habían agotado.

Me senté al borde del camastro y Teodoro empezó a pelar patatas poniendo una olla con bacalao desalado al fuego.

Levantó la cabeza y me miró profundamente…. le dije que si necesitaba ayuda que me ponía manos a la obra y comíamos juntos…su respuesta fue.. “no te preocupes ya comeremos…ahora los que tienen que comer son los perros que llevan un par de días a pan y agua”.

Teodoro bajó la cabeza, y sus ocho perros tumbados cerca de la lumbre lo miraron.

En aquel momento percibí un vínculo tan extraordinario entre ellos……… que juro nunca podré olvidar.

Teodoro se apartó del mundo, sus razones tendría, pero no se apartó de la nobleza y de la bondad; amaba a sus perros con locura y prefería pasar hambre antes de que ellos sufriesen penurias.

Teodoro murió en su camastro, me contaron que lo encontraron dormido y con el semblante en paz; nunca dudaré al respecto, esa paz no se logra de otro modo.

Esa paz fue el fruto de su perfecta comunión con su entorno, Teodoro fue un hombre bueno.

Aquellos que compartimos nuestras vidas con animales, y en especial con pedazos de naturaleza, debiéramos ser como fue Teodoro.

Poco dados a estridencias y alardes, reflexivos y ante todo bondadosos con aquellos seres que, a pesar de no escogernos, morirán a nuestro lado.

Si somos capaces de vivir y generar un vínculo parecido, si llegamos a acercarnos a algo así…puede que el día en el que Caronte nos lleve en su barca la paz se refleje en nuestro rostro.

Hoy en este mundo, del llamado perro lobo checoslovaco, existe demasiada inclinación a la opereta, demasiada inclinación al folletín y creo que muy poco poderío….Teodoro sí fue muy poderoso.

In memoriam.